lunes, 14 de marzo de 2011

02:24 a.m.

Quizás solo tengo la mente retorcida. O vivo necesitando, un montón de catarsis antes de ir a dormir. Y otro poco para el desayuno. Tender siempre a lo mismo. A ir ahí, donde ves un poquito de amor. A detestar todo eso, superficial, banal y efímero. Todo eso de-lo-que-esta-lleno este mundo. Y todos mis días.


Contá hasta diez. Uno, dos, diez.


Y, mientras, me estruja el cerebro. Lo divide, lo vuelve a unir, lo cose, lo pega, lo pinta y adorna con grotescos colores que la lluvia pronto va a lavar. Pero mientras, ahí están, riéndose de mí y mintiéndome. Ausentándose largos ratos, ya apareciendo de nuevo, con ese disfraz de cariño que tan seguido suele engañarme.


Y, una vez más, caí en la trampa del que busca saciar su hambre. Fui comida. Cosa. Y me quedé acá, vacía de mi nombre, tratando de recordarlo. Pateando todos los restos de ese carnívoro que quedaron entre mis cejas, entre mis dedos. Entre. Mi yo misma, tratando de encontrar entre tanta basura, tanto olor repugnante y nauseabundo, un abrazo. Uno solo. Pero me vuelvo a perder. Ya no queda nada de amor ahí, ingenua. Deja de raspar el plato, de revolver las sobras, de buscar al fondo de los cajones.


Ahí

no

queda

n a d a.


Todo blanco, nuevo, dulce otra vez.

Y tu panza. Y la mía. Tocándose.

Sin querer, puede que todo cobre sentido. Una vez más.


Maldito circulo vicioso.


15.03.2011

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