Varias sonrisas guardadas en los bolsillos, entre los dedos, una siempre de repuesto. Y un beso. Mil.
Los ojos brillosos y los cachetes sonrojados de recuerdo. De 30 de enero. De manos frías y corazones acelerados.
Del primer último beso y las hamacas despintadas.
Y si el paraíso existe allá afuera, no me cabe duda, yo lo vi. En el brillo, en el violeta, el la vereda, cuatro zapatillas, un té.
Y los minutos que torpemente sujetaba para quedarme
ahí
un ratito más.
Si miro el techo, la mente en blanco, los ojos cerrados, te puedo volver a inventar, una y mil veces. Te puedo abrazar hasta que no sepamos quién es quién, cuándo es cuál, es cuál, es quién.
Si
en las próximas horas sentís algo, soy yo rearmándote.
Y con tus manos sobre las mías y
mucho espacio en el medio, te vuelvo a escribir.
Vamos a donde quieras. Pero asegurate de que en ese lugar existas vos y exista yo.
Y un para siempre.
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