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Tomo un hielo entre dos dedos (sí, acordate que te dije eso, ésa vez) y lo deslizo. Tu ojo, tu pelo, tu ombligo, tu felicidad, tu recuerdo, tus dedos, tus cuerdas, tus dientes. Por cada centímetro que avanzo va quedando una gotita de todo.
Y cuando miro mis dedos, desapareciste.
Abrazate a esas caricias que decías eran incomparables.
Abrazate a todos los planes que alguna vez tuvieron escrito, torpemente y con vergüenza, tu nombre. Suena a excusa, pero cuando los dedos se entrelazan, es inevitable cualquier cosa, excepto no amar.
Respirá todos los anocheceres que pases a partir de ahora (esos que vos sabes), mira a tu lado e imaginame, yendo y viniendo sin caminar. Yo no voy a ir.
Reíte para adentro, abrazame al revés y caminá para atrás.
Decile a la entropía que nos deje solos un ratito. Cinco minutos menos, prometo.
Y entre corcheas, te voy a decir : "Dejá de perder tus colores. Sonreí, despeinate, que es así como te recuerdo."
Y después, tomá a tu decisión por la mano y andate lejos.
Que yo hago lo mismo (del otro lado del espejo).
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