martes, 8 de marzo de 2011

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Tuerzo una idea. La miro, toda torcida entreverada absurda y patética.


La sigo torciendo hasta que se ajusta tanto, que se mezcla, que no se entiende, que se confunde, que se abraza, se toca, se besa, se manosea, (una nariz sobre la otra), se aprieta, se une uno solo uno y se odia, se ama tanto que se escupe, se extingue.


Termina tan apretada, tan torcida, tan odiada que no sabe qué es. No sabe por donde entrar, pero ya esta adentro y solo quiere salir a jugar con vos, ver cómo te reís. Todo siempre así, latente.


Siempre

visceral.


Y cómo algo tan bien te puede hacer mal, algo tan mal te puede hacer reír, algo tan negro se ve tan sucio;

y las manos, las dos, adentro de los bolsillos. Así. Los ojos cerrados, la mente terca y los dientes apretados. Todas esas ganas de. Todas juntas y mezcladas, las metes debajo de la cama, y las manos así, debajo de la almohada.


Son casi las 3 de la mañana, y después de 3 días de borbotones de amor, ya no me alcanzan los dedos para cubrir todos los huecos

y, mientras, te escapas de vos.


Y yo acá, siempre leo al margen de mi hoja esa notita que dejé:

"Cada minuto puede ser el último."


Y, creeme, eso fue.

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